Sin patente
Ignacio Vargas Crossley
Confieso que con la flaca tenemos una debilidad por los picnics. Son tan sexys como la flaca misma. La idea de preparar algo rico que sorprenda y seduzca y que a la vez combine con un vino o espumoso tan vibrante y sensual como los bocadillos. En ocasiones hemos pedido deliverys directo a la playa o el lugar que elegimos para nuestra perfomance al aire libre. Es curioso que en Chile, país de vinos, sea ilegal beber alcohol en la vía pública. Eso hace presumir que sólo existe el consumo para quedar borrachos y terminar siendo una amenaza para la comunidad, absurdo.
Como en todo hay matices. En muchísimos países es común ver a parejas bebiendo una botella vino o un espumoso, acompañado de quesos y panes, en la rivera del Sena es pan de cada día. Más loco aún; recuerdo cuando con Pablo Morandé padre armamos la Ruta del Vino de Cachapoal. Habíamos arrendado una parcela en Rosario, un poco más al sur de esa capilla ardiente de plateadas que era el Juan y Medio. La cosa es que teníamos el sueño de armar un jardín de variedades, que en blanco y negro significa que plantábamos cerca de 20 tipos de uvas viníferas. Para ver, tocar, aprender. Junto a este jardín del edén, estaba contemplada una tienda con salas de degustación donde turistas y viajeros pudieran probar un poco el valle y comprar sus magníficos vinos.
Eso no era posible.
Había preparado absolutamente todo para tener una puesta en escena única, sensual e inolvidable. Había encontrado un mirador, con una roca algo protegida del viento, en el camino costero entre Concón y Reñaca. Con la complicidad de un amigo, montamos una mesa, mantel largo, velas en vasos para que no se apaguen, platos, cubertería, copas, etc. Una mesa de buen restorán con la mejor vista imaginable, en complicidad con la olas y gaviotas. Nuevamente la música fue protagonista, la envolvente Ella Fitzgerald nos acompañó esa tarde/noche. Estábamos en el limbo y a la flaca le brillaban esos ojitos que me matan. Creo que no hay nada como la complicidad, algo de buen gusto y las ganas para crear momentos invaluables.
Prometimos no sacar fotos, nada de selfies ni gestos como esos garabatos: “el Juan y la Mary estuvieron aquí”, encerrados en un corazón mal dibujado. Vivirlo para recordarlo. Pero como en Chile nada es perfecto, aunque te esfuerces, nuestra opípara y sensual velada se vio interrumpida por un operativo policial muy fuera de lugar, según yo. Técnicamente el teniente Padilla estaba en lo cierto a que efectivamente estábamos “consumiendo alcohol en la vía pública”. Yo intentaba explicarle a Padilla que esto distaba mucho de “estar chupando en la calle”, de hecho, confieso que mentí para zafar de tan incómodo procedimiento: dije que había hecho todo esto para pedirle matrimonio a la flaca. En fin, cuento corto, la velada terminó en una citación en pareja al Juzgado de Policía Local. Padilla hizo la pega, tal como está escrito en las leyes, no hay reproche.
Finalmente, la cuestión es que, si bien los excesos hacen que la ley pareja no sea dura, ya es hora de reconocernos como un país de vinos y no de borrachos, aunque esto último parece ser que prima por sobre lo otro.
Salud flaca, nos vemos en el próximo picnic